SANTA CLARA DE ASÍS
Patrona de la televisión, las telecomunicaciones, los trabajadores de la lavandería, los cristaleros y los bordadores.
Santa Clara de Asís se representa en la iconografía cristiana con varios elementos característicos. A menudo aparece vestida con el hábito de las clarisas, que es una túnica sencilla y una toca blanca cubriendo su cabeza. Suele llevar en sus manos un libro, que representa sus escritos y su vida de oración y contemplación, o una custodia, recordando el milagro en el que ella defendió su convento de los invasores sarracenos mostrando la Eucaristía.
Santa Clara y la ciudad de Asís
En una graciosa colina del hermoso valle italiano de Espoleto, se alza la ciudad de Asís, ilustre no sólo por sus artistas, sino principalmente por sus dos grandes Santos: Francisco y Clara, que son los que han contribuido a darle gran renombre.
Clara nació en Asis a finales del siglo XII. Su vida transcurre entre estas dos fechas, la de su nacimiento en 1194 y la de su muerte el 11 de agosto de 1253,
Sus padres se llamaban Favarone de Offreduccio y Hortulana. Ambos de familias nobles y pudientes. Cuando Hortulana vio que iba a ser madre fue a orar a la Catedral y suplicó al Señor con insistencia que la librara de los peligros del parto, y entonces le pareció oir una voz misteriosa que le decía: “No tiembles, mujer; porque de ti nacerá una luz que iluminará grandemente el mundo” Este fue el motivo de bautizar con el nombre de Clara a la niña que vio la luz el 16 de julio del año ya referido 1194.
Uno de los testigos declaró con juramento en el proceso de su canonización: “Que conoció a Clara, cuando era niña en casa de sus padres; y era virgen, y desde su primera edad comenzó a dedicarse a las obras santas, como si hubiera sido santificada en el vientre de su madre. Y como era bella de rostro, se trató de darle marido; y muchos de sus parientes le rogaban que consintiese en casarse; pero ella jamás accedió. Y el testigo mismo le habia rogado muchas veces que accediese, y ella no quería ni oirle; antes bien, ella le predicaba a él el desprecio del mundo”.
Francisco y la vocación de Clara
Clara, desde sus primeros años se la veía inclinada a la virtud. Su madre la educaba con todo esmero y le inculcaba el amor a la oración, a las obras de caridad. Testigos de su vida dicen que le gustaba visitar a los enfermos y hacer limosna a los pobres.
Cuando ella oía a su madre, que había visitado Tierra Santa y la hablaba de los lugares donde Jesús habia sufrido y había sido crucificado por redimirnos, tuvo aficción a la penitencia y hasta llegó a llevar bajo sus finos vestidos preciosos un pequeño cilicio.
Sucedió que un día en este ambiente en que vivía, oyó hablar de Francisco, joven convertido en mendigo por amor y era un predicador celoso, y se decidió ir a escucharlo.
Es de advertir que Clara tuvo otras dos hermanas, llamadas Inés y Beatriz. Clara solía ir acompañada con su hermanita Inés y ambas escuchaban emocionadas los discursos de Francisco; mas Clara, al ver la vida de extrema pobreza y la caridad sin límites, y además las inflamadas palabras en la predicación y el desprecio del mundo de aquel predicador, le entró el deseo de consagrarse a Dios y renunciar a todos los casamientos que le proponían, creciendo en ella el deseo de ver a Francisco, hasta que un día conocedor éste de la reputación de pureza, de caridad y piedad que envolvía a Clara, tuvieron un encuentro, y como ella le manifestase el deseo de consagrarse totalmente a Dios, terminó confiándose por entero al consejo de Francisco y tomándole “como guía de su vida después de Dios”.
Desde entonces Francisco y Clara serán dos almas compenetradas en un grande ideal de santidad y de vida evangélica…
Una anécdota que suena a profecía
Cuando Clara contaba trece años salió, como movida por el Espíritu de Dios con su hermanita Inés, a dar un paseo hacia la pequeñita iglesia de San Damián, donde ven a Francisco que se había metido a albañil de Dios. Este había interpretado literalmente una voz del crucifijo bizantino de aquella iglesia derruida; la voz misteriosa le había dicho:
“Francisco, ve y repara mi casa, que, como ves, se viene al suelo”.
Por aquellos días, él había mendigado por calles y plazas material para la reconstrucción y como un airoso mendigo voluntario recitaba su pregón parodiando el canto de los trovadores:
—Quien una piedra me diere, un premio obtendrá; quien dos piedras me diere, dos premios obtendrá; quien más piedras me diere, más premio obtendrá…”
A Clara le encantaba este pordiosero trovador por su júbilo…, y además entendía que él ofrecía de verdad más de lo que suplicaba: el premio de la gracia y el cielo. Por eso influyó para que los de su casa le ayudaran.
Ese día, pues, Clara se llegó allí con Inés. Cuando él vio a aquellas jovencitas, se encaramó, como inspirado, sobre el muro con rapidez y comenzó a clamar alegremente en francés:
“Venid y ayudadme en la obra de este monasterio de San Damián, porque con el tiempo habitarán en él unas señoras por cuya vida famosa y santa se dará gloria al Padre celestial en toda su santa Iglesia”.
Este reclamo profético sonó y resonó en el corazón de Clara e Inés, y no lo olvidarían ya ni de ancianas.
La iglesia de San Damián y la Porciúncula
Francisco remató la obra de San Damián con algunos colaboradores ganados por simpatía, y luego se decidió reparar una capillita perdida en el bosque, a la que nadie se acercaba por su lejanía y su estado ruinoso. La llamaban la Porciúncula, “la porcioncita” por lo pequeñita que era.
Además Francisco se decidió a restaurarla por la gran devoción que tenía a la Madre de Dios, a quien estaba dedicada.
Entonces, cuando Francisco trabajaba con un grupito de ayudantes voluntarios, Clara le enviaba secretamente algún dinero por medio de sus amigas de mayor confianza, para que aquellos obreros sin fortuna ni jornal comieran carne.
Aumentó también, con la conciencia de la edad, su limosnería generosa, en aquellos años que se llamaron “tiempo de hambre”; literalmente, se quitaba la comida de la boca, guardaba sus alimentos con destreza, y los hacía llegar a los más pobres por medio de la buena amiga Bona.
Caso curioso es ver como Francisco había reparado San Damián, que sería la cuna de la fundación de Clara, y como Clara le había ayudado a reparar los Porciúncula, que sería la cuna de la fundación de él.
En estos primeros pasos, tan definitivos para los dos, sus sendas se cruzaron: Francisco empezó en San Damián, ante el crucifijo, y terminó en la Porciúncula ante la Virgen Madre; Clara empezó en la Porciúncula y terminó en San Damián; pero fue para recorrer un mismo camino. Ambos serían unos grandes santos…
Conversión de Clara
La conversión de Clara hacia la vida de plena santidad se efectuó al oír un sermón de San Francisco de Asís. En 1210, cuando ella tenía 18 años, San Francisco predicó en la catedral de Asís los sermones de cuaresma e insistió en que para tener plena libertad para seguir a Jesucristo hay que librarse de las riquezas y bienes materiales. Al oír las palabras: “este es el tiempo favorable… es el momento… ha llegado el tiempo de dirigirme hacia Él que me habla al corazón desde hace tiempo… es el tiempo de optar, de escoger..”, sintió una gran confirmación de todo lo que venía experimentando en su interior.
Durante todo el día y la noche, meditó en aquellas palabras que habían calado lo más profundo de su corazón. Tomó esa misma noche la decisión de comunicárselo a Francisco y de no dejar que ningún obstáculo la detuviera en responder al llamado del Señor, depositando en Él toda su fuerza y entereza.
Cuando su corazón comprendió la amargura, el odio, la enemistad y la codicia que movía a los hombres a la guerra comprendió que esta forma de vida eran como la espada afilada que un día traspasó el corazón de Jesús. No quiso tener nada que ver con eso, no quiso otro señor mas que el que dio la vida por todos, aquel que se entrega pobremente en la Eucaristía para alimentarnos diariamente. El que en la oscuridad es la Luz y que todo lo cambia y todo lo puede, aquel que es puro Amor. Renace en ella un ardiente amor y un deseo de entregarse a Dios de una manera total y radical.
Clara sabía que el hecho de tomar esta determinación de seguir a Cristo y sobre todo de entregar su vida a la visión revelada a Francisco, iba a ser causa de gran oposición familiar, pues el solo hecho de la presencia de los Hermanos Menores en Asís estaba ya cuestionando la tradicional forma de vida y las costumbres que mantenían intocables los estratos sociales y sus privilegios. A los pobres les daba una esperanza de encontrar su dignidad, mientras que los ricos comprendían que el Evangelio bien vivido exponía por contraste sus egoísmos a la luz del día. Para Clara el reto era muy grande. Siendo la primera mujer en seguirle, su vinculación con Francisco podía ser mal entendida.
La huida de Clara al monasterio
Clara vivía ya en el mundo con el pensamiento de ser toda para Dios, pudiendo decir que vivía en el mundo sin ser del mundo.
Convencida de que Dios le pedía una entrega total a Él, al estilo de Francisco de Asis, y después de una determinación bien madurada y firmemente tomada, decidió renunciar a todo y dar un adiós a las esperanzas de este mundo por el ardiente deseo de imitar a Cristo pobre y crucificado.
Una vez preparadas todas las cosas, determinó huir de la casa paterna; sería el domingo de Ramos 18 de marzo de 1212. En este día fue a la Catedral. Oficia el obispo, quien, después de distribuir los ramos, ve a Clara de pie en su lugar y sin palma, y ¡sorpresa general!, se llegó hasta donde ella estaba y pone en sus manos la más lucida palma. Este gesto sólo él y Clara saben su significado. Ella era la nueva esposa de Jesucristo.
Clara es consciente del disgusto que se llevarían sus padres; pero ya tiene tramada su huida. Dios la llama. Durante la noche y a través de un postigo, huye con su amiga Pacífica de su casa, y vestida de novia ataviada con los mejores vestidos y joyas llega a la Porciúncula, donde le espera Francisco y sus compañeros a la luz de las antorchas; se desprende de sus joyas, Francisco le corta los cabellos y le impone un tosco sayal de penitencia…, y luego va al monasterio de San Pablo de Bastia, donde estará poco tiempo hasta instalarse definitivamente en San Damián.
Al amanecer del día siguiente, se enteran sus padres de la huida. Se presentan en el monasterio y ni halagos ni amenazas pudieron hacerla retrocederla del camino emprendido.
¿Cómo creció y se multiplicó la Orden de Santa Clara?
Es de advertir que las jóvenes que se iban reuniendo con Clara en San Damián, se llamaron primero “Damas de los pobres”, y andando el tiempo recibieron el nombre de “Orden de Santa Clara”.
Las primicias de San Damián fueron Clara y su hermana Inés. Esta, a los 16 días de la fuga de su hermana Clara, huyó también de la casa paterna con la ropa que tenía puesta…
Al conocer sus padres la ausencia, mandaron a varios caballeros a por ella, y no pudiendo primero con halagos y amabilidad convencerla para que se volviese con sus padres, cambiaron de táctica, la agarraron por los pelos, le dieron bofetadas y empujones, hasta que una fuerza hizo que permaneciera inmóvil y no pudieron llevarla por la fuerza.
Su madre Hortulana, llorando, les dijo a todos: ¡Dejadlas en paz!… Más tarde, ¡cosa admirable! las oraciones de Clara e Inés arrastraron a entrar con ellas en el mismo monasterio a la otra hermana Beatriz y a su madre.
El nuevo monasterio de San Damián empezaría, pues, con Clara y su hermana Inés, a las que se unieron a los pocos días Pacífica, la cómplice en la fuga de Clara, Bienvenida de Perusa y varias más… luego serían su hermana Beatriz y Hortulana su madre…
En los primeros siete años de la vida de Clara se fundaron cinco monasterios, nueve años más tarde pasaron de treinta. A la muerte de la fundadora pasarían del centenar, más de 60 en Italia y unos 40 en las demás naciones. En la actualidad pasan de 800.
El camino de Clara en su vida
El camino a seguir por Clara no sería otro que el seguido por Francisco. Si “el camino seguido por Francisco de Asis no fue otro que el de un amor ardiente y apasionado a Jesús crucificado”, éste sería el suyo. Sus palabras son un eco de las de Francisco: “Es preciso amar mucho al amor de quien nos ha amado mucho”.
Clara repite que el programa de vida de Francisco será el suyo, y si luego se compromete a la vida de penitencia y de pobreza, es como dice en el capítulo 6 de la Regla, “a ejemplo y según la doctrina de San Francisco”, y así lo afirma desde las primeras líneas de su Testamento:
“El Hijo de Dios se nos ha hecho camino que, con la palabra y el ejemplo, nos ha mostrado y enseñado nuestro bienaventurado Padre San Francisco, verdadero amante e imitador suyo””.
Clara quiere ser pobre en el sentido más estricto, y es el consejo que da a sus religiosas: “Os ruego y aconsejo que viváis siempre en esta santísima vida y pobreza”.
Desde que fue nombrada Madre de la Orden, ella quiso ser ejemplo vivo de la visión que transmitía, pidiendo siempre a sus hijas que todo lo que el Señor había revelado para la Orden se viviera en plenitud.
Siempre atenta a la necesidades de cada una de sus hijas y revelando su ternura y su atención de Madre, son recuerdos que aún después de tanto tiempo prevalecen y son el tesoro más rico de las que hoy son sus hijas, Las Clarisas Pobres.
Sta. Clara acostumbraba tomar los trabajos más difíciles, y servir hasta en lo mínimo a cada una. Pendiente de los detalles más pequeños y siendo testimonio de ese corazón de madre y de esa verdadera respuesta al llamado y responsabilidad que el Señor había puesto en sus manos.
Por el testimonio de las misma hermanas que convivieron con ella se sabe que muchas veces, cuando hacía mucho frío, se levantaba a abrigar a sus hijas y a las que eran más delicadas les cedía su manta. A pesar de ello, Clara lloraba por sentir que no mortificaba lo suficiente su cuerpo.
Cuando hacía falta pan para sus hijas, ayunaba sonriente y si el sayal de alguna de las hermanas lucía más viejo ella lo cambiaba dándole el de ella. Su vida entera fue una completa dádiva de amor al servicio y a la mortificación. Su gran amor al Señor es un ejemplo que debe calar nuestros corazones, su gran firmeza y decisión por cumplir verdaderamente la voluntad de Dios para ella.
Tenía gran entusiasmo al ejercer toda clase de sacrificios y penitencias. Su gozo al sufrir por Cristo era algo muy evidente y es, precisamente esto, lo que la llevó a ser Santa Clara. Este fue el mayor ejemplo que dio a sus hijas.
La humildad brilló grandemente en Santa Clara y una de las más grandes pruebas de su humildad fue su forma de vida en el convento, siempre sirviendo con sus enseñanzas, sus cuidados, su protección y su corrección. La responsabilidad que el Señor había puesto en sus manos no la utilizó para imponer o para simplemente mandar en el nombre del Señor. Lo que ella mandaba a sus hijas lo cumplía primero ella misma con toda perfección. Se exigía más de lo que pedía a sus hermanas.
Hacía los trabajos mas costosos y daba amor y protección a cada una de sus hijas. Buscaba cómo lavarle los pies a las que llegaban cansadas de mendigar el sustento diario. Lavaba a las enfermas y no había trabajo que ella despreciara pues todo lo hacía con sumo amor y con suprema humildad.
“En una ocasión, después de haberle lavado los pies a una de las hermanas, quiso besarlos. La hermana, resistiendo aquel acto de su fundadora, retiró el pie y accidentalmente golpeó el rostro a Clara. Pese al moretón y la sangre que había salido de su nariz, volvió a tomar con ternura el pie de la hermana y lo besó.”
La vida de Oración
Para Santa Clara la oración era la alegría, la vida; la fuente y manantial de todas las gracias, tanto para ella como para el mundo entero. La oración es el fin en la vida Religiosa y su profesión.
Ella acostumbraba pasar varias horas de la noche en oración para abrir su corazón al Señor y recoger en su silencio las palabras de amor del Señor. Muchas veces, en su tiempo de oración, se le podía encontrar cubierta de lágrimas al sentir el gran gozo de la adoración y de la presencia del Señor en la Eucaristía, o quizás movida por un gran dolor por los pecados, olvidos y por las ingratitudes propias y de los hombres.
Se postraba rostro en tierra ante el Señor y, al meditar la pasión las lágrimas brotaban de lo mas íntimo de su corazón. Muchas veces el silencio y soledad de su oración se vieron invadidos de grandes perturbaciones del demonio. Pero sus hermanas dan testimonio de que, cuando Clara salía del oratorio, su semblante irradiaba felicidad y sus palabras eran tan ardientes que movían y despertaban en ellas ese ardiente celo y encendido amor por el Señor.
Hizo fuertes sacrificios los cuarenta y dos años de su vida consagrada. Cuando le preguntaban si no se excedía, ella contestaba: Estos excesos son necesarios para la redención, “Sin el derramamiento de la Sangre de Jesús en la Cruz no habría Salvación”. Ella añadía: “Hay unos que no rezan ni se sacrifican; hay muchos que sólo viven para la idolatría de los sentidos. Ha de haber compensación. Alguien debe rezar y sacrificarse por los que no lo hacen. Si no se estableciera ese equilibrio espiritual la tierra sería destrozada por el maligno”. Santa Clara aportó de una manera generosa a este equilibrio.
Trabajo y pobreza.
Siguiendo las enseñanzas y ejemplos de su maestro San Francisco, quiso Santa Clara que sus conventos no tuvieran riquezas ni rentas de ninguna clase. Y, aunque muchas veces le ofrecieran regalos de bienes para asegurar el futuro de sus religiosas, no los quiso aceptar. Al Sumo Pontífice que le ofrecía unas rentas para su convento le escribió: “Santo padre: le suplico que me absuelva y me libere de todos mis pecados, pero no me absuelva ni me libre de la obligación que tengo de ser pobre como lo fue Jesucristo”. A quienes le decían que había que pensar en el futuro, les respondía con aquellas palabras de Jesús: “Mi Padre celestial que alimenta a las avecillas del campo, nos sabrá alimentar también a nosotros”.
Aunque Clara se había abrazado a la pobreza y le llegaban limosnas a San Damián de manos generosas, no hay que creer que en su monasterio se vivía del cuento, como suele decirse, sino que también trabajaban para proporcionarse el alimento, teniendo presente el lema benedictino: “Ora et labora”, pues había que orar y trabajar. Y así dice en su Regla, n. 19.
“Aquellas hermanas a quienes el Señor ha dado la gracia del trabajo, después de la hora de tercia, ocúpense fiel y devotamente en un trabajo honesto y de común utilidad… huyendo de la ociosidad…”
En caso de necesidad, confiando en la Divina Providencia, no faltarían milagros.
Algunos de los milagros obrados por Santa Clara
La Bula de canonización de Santa Clara resume así algunos de sus milagros:
“Sucedió una vez que no había ni una gota de aceite en el monasterio. Habiéndole avisado al hermano de recogerles las limosnas, ella tomó una orza, la lavó y la colocó vacía en el umbral, para que el hermano la llevase cuando saliera a limosnear; pero éste, al intentar cogerla, la encontró —merced de la divina liberalidad llena de aceite”.
—“Otra vez, no había más que medio pan para comida de las hermanas; ella mandó que lo partieran en trocitos y los distribuyeran; y aquel que es el pan vivo y da de comer a los hambrientos multiplicó el pan en las manos de quien lo partía, hasta que dio cincuenta porciones —lo suficiente—, que fueron distribuidas a las hermanas, que ya estaban sentadas a la mesa”.
Algunos de los realizados después de su muerte fueron estos:
“Un hombre que no podía andar porque tenía una pierna contraída, y se caía porque sufría epilepsia, fue llevado al sepulcro de Clara; una vez allí, la pierna produjo un ruido como de chasquido y el enfermo quedó curado de ambos males.” Allí han logrado su recuperación enfermos reumáticos, contrahechos, epilépticos y locos furiosos.
A uno, a quien, debido a un golpe violento, le había quedado tullida la mano derecha, dejándosela así inutilizada e inhábil para cualquier trabajo, le fue restituida su anterior habilidad por los méritos de la santa. Otro, ciego desde hacía largo tiempo, habiéndose hecho llevar a su sepulcro, recobró allí mismo la vista y volvió sin lazarillo.
Clara portando el Santísimo ahuyenta a los sarracenos
Este caso histórico es muy conocido en el mundo milagroso, como Clara libró a su monasterio de ser profanado por los sarracenos u hordas mahometanas que, al servicio del impío emperador de Alemania, Federico Il, devastaban los Estados Pontificios, arrasándolo todo a su paso.
Cuando estos enemigos de la religión de Cristo llegaron ante el recinto del monasterio y se disponían a asaltarlo, las religiosas corren a refugiarse temblando de miedo enderredor del lecho de Clara que yacía enferma. Entonces Clara, mujer fuerte, sabe que en este momento decisivo la única ayuda puede venir de Dios, el Fuerte, el Poderoso, el Invencible… Manda que le traigan rápidamente el cofrecito de marfil que preside el altar mayor donde se guarda el Santísimo Sacramento, y, ante El rezó diciendo: “¡Señor! no entregues a tus siervas que en Ti confían y ponen en Ti su esperanza en manos de tus enemigos”,
Ella oyó una voz interior que le decía: “Yo os guardo y siempre os guardaré”.
Repuesta Clara, puesta su confianza en Dios, las animó diciendo: “No tengáis miedo, pues yo os prometo que no sufriréis mal alguno…”. Entonces, cogiendo en sus manos el sagrado cofre, apareció ella portadora de la custodia santa, trono del Dios de la majestad, ante quien doblan la rodilla el cielo, la tierra y los infiernos, por el lugar donde estaban escalando el muro los sarracenos.
Al aparecer ella, todos se detuvieron, no pudiendo resistir aquella vista, cayendo por tierra los que escalaban los muros y huyendo todos despavoridos.
Nadie ha podido saber nunca lo que aquellos infelices vieron, pues sólo se sabe que huyeron como si hubieran visto algo terrible.
Santa Clara, patrona de la televisión
El Papa Pío XIl en 1958 le dio a Santa Clara el título de *“Patrona de la televisión?” por haber sido ella una televidente de Belén. Sucedió así:
Era una fiesta de Navidad, fecha histórica en San Damián. Clara seguía enferma y no pudo ser trasladada a la iglesia. Llega la hora de la media Nochebuena. Las hermanas celebran con fervor la vigilia alegre y santa; la única pena es que “su abadesa y madre” no está allí.
Y ¿qué sucedió? Ella les acompaña desde cerca, desde su pobre colchón tendido en el suelo del dormitorio; con sus ojos claros del cuerpo y del alma contempla el Misterio.
En el momento que pensaba en la celebración litúrgica, su desván se transfigura, como si los ángeles de Belén cambiaran aquel desván instantáneamente en un gigantesco televisor de proyección a color y tridimensional. Entonces Clara ve la Iglesia de la Porciúncula, ve y oye a los frailes salmodiando jubilosamente, escucha de maravilla la predicación y el canto devoto. Clara mira el espectáculo embelesada.
La función televisada desde la Porciúncula y la de las hermanas en San Damián duró un tiempo igual. Ellas suben con prisa a contarle a su abadesa y madre lo bien que había resultado la función… y ella las interrumpe diciéndoles:
““Hermanas: bendito sea el Señor Jesucristo, que no me ha dejado sola… Sabed que desde aquí he visto y oído la hermosísima función que han celebrado nuestros hermanos en la Porciúncula, y se la refirió con todo detalle.
Lo que dijo Beatriz de su hermana Clara
Beatriz, hermana carnal de Clara, hizo esta declaración jurada acerca de ella en el proceso de su canonización, y es como un resumen de su vida:
Clara aceptó la predicación de San Francisco, y renunció al mundo y a todas las cosas terrenas y vendió toda su herencia y parte de la herencia de la testigo y la dio a los pobres. Luego Francisco la tonsuró ante el altar, en la iglesia de la Virgen María, llamada de la Porciúncula, y después la llevó a la iglesia de San Pablo de las Abadeses. Y como sus parientes quisieron sacarla de allí, Clara agarró los manteles del altar y se descubrió la cabeza, mostrándola rapada; y de ningún modo quiso acceder, ni se dejó sacar de allí, ni regresar con ellos.
Allí estuvo poco tiempo y luego fue llevada a la iglesia de San Damián, lugar en que el Señor le dio más hermanas que gobernar, y en su gobierno se condujo tan santa y tan prudentemente, y tantos milagros hizo por medio de ella, que todas las hermanas y todos los que la conocieron y trataron, la tienen por santa.
Preguntada en que estaba la santidad de Clara, respondió: en la virginidad, en la humildad, en la paciencia y afabilidad, en las dulces exhortaciones a las hermanas, en la asiduidad en la oración, en la abstinencia y el ayuno, en la aspereza del lecho y del vestido, en el desprecio de la misma, en el fervor del amor de Dios, en el deseo del martirio, y sobre todo en el amor a la pobreza.
Sor Beatriz dijo de Clara que había curado a algunas hermanas con la señal de la cruz y la oración, pues ella las había visto enfermas y después curadas, y que Dios por sus oraciones defendió al monasterio de los sarracenos…
Feliz tránsito de Santa Clara
Otra religiosa testigo en el proceso de la canonización de la Santa. Sor Bienvenida, que había convivido con ella 29 años refiriéndose a lo que presenció el día anterior a su muerte, dijo que Sor Clara sin que nadie le hablase, comenzó a encomendar a su alma diciendo: “Vete en paz, pues tendrás buena escolta; por que el que te creó, infundió en ti el Espíritu Santo; y luego te ha cuidado como la madre a su hijo pequeñito”.
Y una hermana, llamada Sor Anastasia, preguntó a la santa con quién hablaba, y le contestó: “Hablo a mi alma bendita”. Y mientras la testigo se entretenía pensando sobre la grande y maravillosa santidad de Santa Clara, vio de pronto con los ojos de su cuerpo una gran multitud de vírgenes, vestidas de blanco con coronas sobre sus cabezas, que se acercaban…
En medio de estas vírgenes había una más alta, bellísima sobre todas las otras y con una corona mayor era la Virgen María, y la cubrió primero en el lecho con una tela finísima, tan fina que, por su sutileza, se veía a la santa, aún estando cubierta con ella. Luego inclinó su rostro sobre la santa y desaparecieron todas.
Preguntada sobre si la testigo entonces velaba o dormía contestó que está despierta y bien despierta.
La virgen Clara vivió y murió santamente. La noticia de su tránsito al cielo conmovió a toda la ciudad y en tropel acudieron ante su cadáver, proclamándola santa. Al día siguiente también el Papa y los Cardenales, que estaban en Asís, asistieron al funeral, y a los dos años de su muerte fue canonizada solemnemente por el Papa Alejandro IV el 26 de septiembre de 1255.
Diez frases célebres atribuidas a Santa Clara de Asís para la reflexión.
- “Ama totalmente a Aquel que totalmente se entregó por tu amor.”
- “No te alejes jamás de la senda de la verdad.”
- “Ningún temor te amedrente; ninguna adversidad te detenga.”
- “Ardiendo en deseos por la vida eterna, menospreciando las cosas temporales, el alma vuela hacia el cielo.”
- “Coloca tu mente en el espejo de la eternidad; coloca tu alma en el esplendor de la gloria.”
- “Mantente siempre en la presencia de Dios.”
- “Nada de lo que el mundo ama y busca tiene mayor valor que la paz que Cristo nos da.”
- “Sé como una lámpara encendida en la casa del Señor.”
- “Bendito sea Dios, que nos ha llamado a vivir en su luz admirable.”
- “El amor que no puede sufrir no es digno de ese nombre.”
Oración a nuestro Señor por intercesión de santa Clara para perseverar en el camino de la santidad.
Dios Todopoderoso y Misericordioso, que en tu infinita bondad nos has dado a Santa Clara de Asís como modelo de santidad y entrega, te pedimos humildemente que, por su intercesión, nos concedas la gracia de perseverar en nuestro camino personal hacia la santidad.
Que, inspirados por las virtudes que más resplandecieron en la vida de Santa Clara, especialmente su humildad, su amor ardiente por Ti y su desapego de las cosas mundanas, podamos también nosotros vivir con una fe inquebrantable y una caridad ferviente.
Ayúdanos a seguir su ejemplo de oración constante, de servicio a los demás y de profunda confianza en tu providencia. Que, al colocar nuestra mente en el espejo de la eternidad y nuestra alma en el esplendor de tu gloria, encontremos la fuerza para menospreciar las cosas temporales y volar hacia el cielo con el deseo ardiente por la vida eterna.
Que su vida nos inspire a buscar siempre tu voluntad y a permanecer firmes en nuestro compromiso de seguir a Cristo con todo nuestro corazón.
Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
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