Hno. Agustín del Divino Corazón

Nací en Neira, Caldas, Colombia el 31 de Agosto de 1967.
Trabajé como docente en varios Colegios de la ciudad de Manizales.
Hubo una época de mi vida que la pasé alejado de los caminos del Señor Dios porque naufragaba en el pecado. Fueron tantos los vacíos de mi corazón que sentí de nuevo el deseo de buscar a Dios.

Un Jueves Santo le pedí al Señor, mientras oraba, que me concediera la gracia de saber qué podría hacer por Él al día siguiente, Viernes Santo. Meditaba en los sufrimientos y dolores de su Sagrada Pasión; meditaba en el dolor que sintió Jesús cuando fue coronado de espinas y vestido con trajes de burla, en el cansancio al tener que cargar sobre sus delicados hombros en el tremendo peso de la cruz, los indecibles dolores cuando traspasaron sus Sagradas Manos y Pies con grandes clavos. También medité en el sufrimiento de su Sacratísimo Corazón porque todo un pueblo le atacaba, muy pocos se compadecían de Él, se unían a su aflicción.
Esta meditación fue interrumpida por una voz que me invitaba a coger en mis manos lapicero y papel. Esta voz calaba en la profundidad de mi corazón y lo inflamaba de su Amor Divino porque era una voz muy dulce, masculina, inconfundible. Sentí que era Jesús que me hablaba. Me llamaba a hacer de cada viernes un Viernes Santo, a convertirme decorazón, a llevar una vida de santidad, a dejar las cosas del mundo para seguirle sólo a Él. De súbito, me encontré en una calle angosta y sentí algo indescriptible, que no alcanzo a describir con palabras lo que viví: Vi a Jesús que venía hacia mí con su túnica ensangrentada, enlodada; cargaba en sus hombros una pesada y rústica cruz. Me miró con sus ojos llorosos y me dijo que si le ayudaba a cargar con su cruz pero voluntariamente, no en forma impuesta como a Simón de Cirene. Me dio libertad de decirle sí o no. Me dijo que si me decidía ser su cirineo, dibujaría en mi corazón su Rostro sufriente; Rostro que imprimió también en el velo de la Verónica como pago a su gesto heroico.
Me sentí de nuevo en el lugar donde me hallaba orando y Jesús continuó hablándome en mi corazón.
Esta experiencia cambió mi vida; ya no volví a ser el mismo; algo especial estaba ocurriendo dentro de mí; me enfrentaba a algo desconocido, insólito.

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